De Ribarroja d'Ebre a Marçà

Por la Ribera del Ebro


Distancia: 62'5 km.
Duración: en dos jornadas, pernoctando en Mora la Nova.
Fechas: 28 y 29 de noviembre de 2019.



"Terra ferma", el término de estos lugares para referirse a la "tierra de verdad", la tierra inamovible,  lejos de la volubilidad y el vaivén de la del litoral, junto a un mar que parece que en cualquier momento la va a engullir, ha sido el marco de esta experiencia vivida durante dos días y que no vamos a olvidar. Efectivamente, los protagonistas de esta travesía ciclista coincidíamos en lo poco que conocíamos las comarcas en cuestión, la Ribera del Ebre y el Priorat. Y el sabor de boca que nos ha dejado no ha podido ser mejor.

Siete valientes, Javier Pisa, Juan Carlos Márquez (el presi), "Chemita" Rodríguez, Lino Montaraz, Mario Vicente, Jesús Segarra y un servidor, José Luis López, acompañados en el viaje de ida en esta ocasión por nuestro compañero de trabajo Jordi Llorens, quien iba a resultar junto a sus padres, unos anfitriones únicos al permitirnos disfrutar de una hospitalidad increíbles, iniciábamos la andadura en el matutino tren con destino a Ribarroja.



Tras las obligadas fotografías nos pusimos a pedalear como posesos... ¡Va ser que no! 
Quien nos conoce sabe que un "nasío" es por definición un zampabollos, o como se diría en mi pueblo, un tragapanes, y que en opinión de algunos que no van muy desencaminados, la bici no es más que pretexto para el buen yantar.
Así que nos dirigimos al pueblo y buscamos el primer bar abierto, a cuyo cocinero casi nos cargamos por el estréss de cocinar tanto para tan pocos.



Con el buche lleno, ahora sí, empezamos a pedalear.
Los paisajes que se fueron abriendo a lo largo del camino no dejaban lugar a dudas: el Ebro formaba meandros como "haciéndose el remolón" para no abandonar aquellos lugares.





Los siete valientes progresaban adecuadamente en su ruta hacia el sureste.




No todo era bucólico; la construcción tremenda del monstruo de Ascó, junto a la Química de Flix, constituían auténticos borrones en aquellos lienzos únicos.



Tuvimos ocasión, incluso, de observar las aves que pueblan la ribera...




Quién dijo que las barcazas para cruzar de un lado a otro eran cosa del pasado? ¡Y tan solo aprovechando la propia corriente del río!




El camino nos deparó tramos sorprendentes, como el que tras una crecida del río y volver a su nivel normal después, dejó charcos con peces aislados a la que intentamos devolver a su hábitat, no siempre con gran fortuna (verdad, Chema 😋?). Tampoco faltaron trialeras y tramos demasiado técnicos para nuestra justita habilidad en pisos un poco extremos.






La ribera del Ebro fue testigo de una guerra que, en estas latitudes, fue especialmente cruel. Aún quedan vestigios de aquella contienda, como nidos de ametralladoras.



Finalmente, tras algún imprevisto (rotura de cadena a Chema) llegamos a Mora la Nova. Y aquí es obligada la reiteración respecto del despliegue de una hospitalidad por parte de la familia de Jordi Llorens que nos dejó a todos deudores, por el espectacular banquete de la comida, por la exquisita cena y el reconstituyente desayuno. Sin embargo, lo más sobresaliente fue, sin duda, la simpatía y el trato familiar y acogedor de Jordi y de sus padres. GRACIAS!!!!











Por la noche, tras unas cervezas y explorar el pueblo, acabamos el día en el albergue Más de la Coixa, un establecimiento fantástico por limpio, tranquilo y económico.







Por circunstancias, algunas laborales, otras imprevistas y personales, algunos tuvieron que abortar la salida y regresar antes. La segunda etapa era muy corta, pero no por ello aburrida. Al contrario, resultó sumamente intensa, por las rampas que nos llevaban a ir ganando la necesaria altura y por los tramos técnicos que nos obligaron a descabalgar. A las 11 llegábamos finalmente a la estación de Marçà. Los tres que quedamos regresamos contentos y satisfechos por una experiencia que no vamos a olvidar.




¡Hasta la próxima!